Capítulo 6 del libro: “San Fernando y su contribución a la moralidad médica en el Bicentenario de la independencia del Perú“.


La “generación novecentista” y cambios en  la educación médica

Contexto oligárquico-civilista

En marzo de 1895,  los  montoneros liderados  por Nicolás de  Piérola, Jefe del Partido Demócrata, en alianza con el Partido Civil de Manuel Pardo, ingresaron triunfantes a  Lima  provocando la abdicación de Cáceres. Este hecho marcó la consolidación de una elite comercial y financiera, núcleo de una “oligarquía-civilista”, que ejerció el poder de manera  hegemónica y señorial durante la llamada, por Basadre;  “República Aristocrática” (1895-1919).  República en la que se constituyó un Estado  que organizó y combinó la dominación racial, étnica y social de esa  elite –  en alianza con los  terratenientes – sobre una sociedad multicultural donde la servidumbre y la discriminación  fueron focos de explotación social.

Al inicio de las actividades políticas en ese nuevo escenario político, la alianza del Partido Demócrata con el Partido Civil se rompió en 1899,  quedando los civilistas a cargo del Gobierno del Estado por 20 años más. En estas dos décadas de la historia peruana, los civilistas, como representantes orgánicos de los intereses de los agroexportadores, acumularon y mantuvieron el poder real suficiente  para hacer del Gobierno un instrumento político de la oligarquía. Es así, que entre 1895 y 1919 se sucedieron presidentes de la República que, con excepción de Piérola y Billinghurst, eran dirigentes del Partido Civil; los cuales desarrollaron una política económica en beneficio del bloque oligárquico-civilista dominante. Política  fuertemente vinculada con los intereses británicos y norteamericanos en el país.

Para controlar el descontento de los campesinos por la explotación de que eran objeto, el gobierno dependía de la acción de los gamonales (los grandes señores feudales de la sierra). Además, los representantes de estos señores, cuando  obtenían  cargos parlamentarios,  apoyaban las acciones del gobierno central,  a cambio de que éste  dejara  actuar  libremente a sus representados en los ámbitos territoriales de su propiedad o influencia.

Entre 1898 y 1918 las exportaciones peruanas aumentaron ocho veces debido al espectacular crecimiento de las de cobre y petróleo monopolizadas por el capital norteamericano. Comenzó un incipiente desarrollo industrial. La bonanza económica continuó hasta el final de la Primera Guerra Mundial, entre 1915 y 1919 las exportaciones crecieron en un 300%.  A las ventas de cobre, petróleo y azúcar se sumaron las de algodón, pero sin que ello tuviera un impacto favorable para la economía de la mayoría de la población. La importancia de dichos productos reforzó, además la dependencia del gobierno con respecto a los grandes contribuyentes: el capital imperialista y la oligarquía nacional que producía para la exportación 

A partir del año 1918, el reajuste del mercado internacional repercutió negativamente en la economía peruana. Se produjo una reducción de las exportaciones y, en consecuencia, de las utilidades de los grandes propietarios: reducción que, a su vez, provocó un violento proceso de desempleo. Además, al descender las exportaciones se paralizaron las importaciones, con un incremento de los costos de bienes importados, lo que ocasionó una fuerte inflación y exacerbó una tensión social que ya existía en todo el país. En esta situación, Augusto B. Leguía regresó al país   y postuló su candidatura para las elecciones presidenciales de 1919. Ganó en las urnas estas  elecciones pero, argumentando que su triunfo sería desconocido por los civilistas, encabezó un golpe militar que lo llevo al poder el 4 de julio de 1919. 

En resumen, durante el período 1895-1919 el Perú experimentó una estabilidad política y un crecimiento económico sin precedentes, sustentados en el incremento las exportaciones de sus recursos naturales. Sólo la triple conjunción de la crisis de las exportaciones de 1919, al final de la primera guerra mundial, la crisis política generada por el mensaje de  la “Patria Nueva” de Leguía y la gran sublevación campesina que convulsionada a todo el sur andino, pudo desplazar fuera del Gobierno  a la oligarquía-civilista.

La “generación novecentista o arielista”

La renovación filosófica idealista presidida por Deústua, dio origen a una nueva generación filosófica peruana, denominada la “generación novecentista o arielista”. José de la Riva-Agüero, Víctor Andrés Belaúnde y los hermanos Francisco y Ventura García Calderón fueron sus representantes más destacados. Sus escritos muestran el proceso que los llevó desde los planteamientos positivistas heredados del siglo XIX, con los que iniciaron el análisis de los males que aquejaban al país, hasta otros de signo idealista y vitalista que, al indagar en el pasado histórico y literario del Perú, les animaron a buscar una síntesis capaz de conciliar el mundo prehispánico con la herencia colonial, con vistas a la creación de un nuevo Perú consciente de su pasado y, por tanto, de su identidad nacional, sobre la que habría de edificarse el futuro.

 La obra Ariel de Rodó, tuvo especial  impacto en esa generación. A pesar de su pretendido idealismo era una obra de  transición entre el positivismo y el idealismo. Era un mensaje dirigido a las elites dirigentes, que nada decía a cerca de los problemas nacionales, ni tampoco sobre las poblaciones indígenas. Se proponían mantener los valores espiritualistas, arielistas y latinas en contra de su usurpación por los valores materialistas propios de Norte América, sosteniendo a la vez que ambas tradiciones eran compatibles.  Los novecentistas  peruanos  estaban  convencidos, además,  de la existencia de una “aristocracia  intelectual”.

K. Sanders, 1997, p. 250

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“Además, el mensaje esperanzador de Rodó, y su énfasis en los valores positivos de la tradición latinoamericana, ofrecían (en el Perú) una visión más atractiva sobre el futuro de la República que las denuncias de Manuel Gonzáles Prada y los profetas racistas de la perdición – Le Bon, Taine – quienes previeron sólo miseria y caos (…) No sorprende, pues, que los intelectuales adoptaran a Rodó como, en palabras de Belaunde, ‘nuestro verdadero director espiritual’ (…) Luis Alberto Sánchez censuraría severamente a esta generación, considerándola como ‘desprovista de sensibilidad social y desarraigada del país…’”

La reacción idealista en el Perú se expresó concretamente, por un lado, en la crítica a las esperanzas puestas por el positivismo  en la educación utilitarista y la inmigración,  y por otro, en un reforzamiento de las ideas de la importancia de la autoridad y de la elite. Los representantes del idealismo reconocieron la importancia de la educación, pero no de cualquier educación, sino  de aquella  que contribuía al engrandecimiento moral de la gente. Solo una elite intelectual con una cualidad moral muy especial, podía conducir al país hacia el progreso.

Al respecto de esas ideas, el doctor  Javier Mariátegui analiza  la conducta profesional de los médicos que pertenecieron a  esa generación novecentista, destacando entre ellos a: Hermilio Valdizán,  Julio C. Tello, Carlos Monge Medrano, Carlos Enrique Paz Soldán, Constantino  J. Carvallo, Baltasar Caravedo Prado y Sebastián Lorente de Patrón. Médicos que  representaron una elite dominante de la profesión en el Perú: “…eran auténticos representantes de la ‘República Aristocrática’.  Todos se volcaron, en mayor o  menor medida, a la investigación de la realidad el país. Algunos fueron cabeza visible de la escuela médica peruana…”.  Todos ellos, convencidos de la  importancia del papel de  la “aristocracia intelectual” peruana  en el desarrollo del país. Generación médica que, en  opinión de Mariátegui,   tenía un precedente decimonónico en  José Casimiro Ulloa, así como tendría  una continuación de sus ideas elitistas  en los escritos futuros del maestro Honorio Delgado,  “arielista por antonomasia”, pese  no pertenecer cronológicamente a esa generación. 

H. Delgado, “La selección universitaria”. Mercurio Peruano, Nº 35, Vol.  6.  1921. Citado por J. Mariátegui, 2000, p.23

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“No cabe duda acerca de la eficacia del intelectual en los asuntos públicos, negarla implica pesimismo ilegítimo, cuando no miopía intelectual absoluta. Toda la civilización, todo el progreso alcanzado por los pueblos, es fruto directo o indirecto de las mentalidades superiores. Si el hombre de ideas no hubiera impuesto sus valores en las formas sociales, la humanidad no habría pasado el nivel sub racional. Todo lo bueno o lo útil de que pueda ser capaz la gente de acción, la debe a la inventiva del pensador… La inteligencia cultivada es la actividad directriz por excelencia tanto en la conducta individual, cuanto en el manejo de los asuntos públicos…”

Debate sobre los cambios en la formación universitaria sanmarquina

Durante la República Aristocrática, la relación entre los intelectuales y los políticos fue muy estrecha. No solamente era ideológica sino también  orgánica y programática. Los profesores universitarios eran prominentes dirigentes políticos; y, por lo general, provenían de los estamentos sociales más altos. Su interés era la promoción del orden social, legitimar un sistema de dominación social. La mayor parte muy vinculados con la cultura europea, especialmente francesa. A fínales del siglo XIX, la Universidad era el foro más importante del positivismo, pero con el cambio del siglo se hicieron más evidente en sus aulas, al igual que en el resto de la comunidad intelectual, las teorías idealistas que, expuestas o difundidas por Alejandro Deústua, ganaron rápidamente terreno en el pensamiento y el discurso de las autoridades. En palabras Manuel Buga,  historiador y ex-rector de la UNMSM, eran los años del período de la “Universidad de las elites”.

El 3 de marzo de 1901 se promulga la nueva Ley Orgánica de Instrucción Pública.  La Comisión encargada de elaborar el Proyecto de Ley estuvo presidida por Francisco García Alarcón, y tuvo entre sus miembros al Dr. Ernesto Odriozola.  En su sección tercera se señala  una enseñanza universitaria libre, pero bajo el control de un Consejo Superior de Instrucción; los   docentes debían ser nombrados por un período de cinco años y no podía ser admitido, como tales, personas que habían sido influidas por el discurso de Manuel Gonzáles Prada. La prédica de este gran radical era rechazada por los civilistas, que la calificaban como atea, anarquista, proindigenista.

Menos de un año después, el 7 de enero de 1902, se promulgó un nueva Ley Orgánica de Educación. Los cambios normativos establecidos en éste y otros posteriores dispositivos  se enmarcaron dentro de la polémica que en  este período sostuvieron dos líderes civilistas: Alejandro Deústua y  Manuel Vicente Villarán, en materia educativa. El primero representó la reacción del viejo espíritu aristocrático encubierto por concepciones idealistas modernas y Villarán la concepción liberal de las clases medias y populares. Este último fue uno de los mentores de la Ley de 1901.

En 1909, Manuel Vicente Villarán, durante su gestión de ministro de ramo de la instrucción,  hizo que se contratara a una Misión de cuatro pedagogos norteamericanos con la pretensión, finalmente fallida, de iniciar una reforma democrática y científica de la educación. Uno de ellos fue Harry Bard, quien después de actuar como consultor ministerial, publicó en 1912 un opúsculo, Cuestiones sobre la Universidad y la instrucción universitaria, con sugerencias para mejorar la educación universitaria en el país. Entre ellas, la conveniencia de valorar las ideas que, al respecto, había expuesto y publicado, en 1910, el educador norteamericano Abraham Flexner.  “Es un documento olvidado que, seguramente no fue leído con el debido interés en la época que apareció”  (J. Basadre, 2000, p. 33412).

Todos esos intentos normativos, indican la insatisfacción de los civilistas sobre  los  resultados de los cambios que ellos mismos efectuaban en el campo educativo. En el año 1928, un testigo muy especial de esos intentos comentaba que aún no terminaba el debate entre Deústua y Villarán sobre la reforma educativa: “El régimen civilista restablecido por Piérola no supo ni pudo dar una dirección segura a su política educativa. Sus intelectuales… permanecían adheridos  a los más caducos prejuicios aristocráticos” (José C. Mariátegui, 1981, p.122).

Finalmente, se mantuvo un sistema rígido, de marcada intervención del Estado, y una concepción reglamentarita que impidió el desarrollo de la comunidad universitaria y la posibilidad de promover la actualización académica y científica de la universidad: “Este carácter cerrado conservador y acrítico (…) será el factor desde el cual surgió el descontento de los universitarios y los movimientos de protesta que luego cobraron forma en los procesos históricos de la reforma universitaria” (E. Bernales, 1994, p. 67).

Reorientación biomédica  de la  formación médica

A diferencia de lo que sucedió en las otras facultades de la UNMSM, durante la República Aristocrática, en  la Facultad de San Fernando ocurrirían importantes cambios en su organización y funciones académicas, como consecuencia de la reorientación de la formación médica en el mundo occidental y de la presencia protagónica de los médicos peruanos en el espacio político civilista.

La cátedra de Bacteriología y Técnica Microscópica de la Facultad de Medicina de San Fernando fue creada por Ley del 16 de junio de  1890 a cargo de David Matto.  Pocos  años después, el entonces joven catedrático Ernesto Odriozola Benavides presenta, en un artículo publicado en abril de 1896, un verdadero Manifiesto de la Medicina Positivista, en donde anuncia con entusiasmo la pronta y definitiva superación de las viejas doctrinas médicas, así como la consolidación de la teoría microbiana como la nueva única doctrina científica: “a la observación e inductivismo clínico del  pasado había que sumarle la experimentación científica”. En ese momento, el  futuro Decano de la Facultad de San Fernando había completado su formación profesional en Francia y tenía el grado de Doctor otorgado por la Universidad de París (1888); además, sería nombrado por el Gobierno,  tres días después de su regreso al país, como miembro de la Comisión encargada de elaborar el Reglamento de Instrucción Pública, promulgado en 1901. 

La orientación positivista y biologicista dominante en el discurso y en las intenciones de los docentes posibilitó una modernización de la educación médica en San Fernando, que se manifestó en los cambios efectuado en la composición del Plan de Estudios. Se comenzó así  a dar más importancia en el currículo tanto a las ciencias básicas, como a las nuevas materias de las especialidades clínicas. Ello  provocó  el desdoblamiento de algunas viejas cátedras y la creación de otras nuevas en atención a la especialización creciente de las Clínica

De manera concordante con la orientación del nuevo currículo, desde el año 1906 se manifestaba  en el claustro de profesores de la Facultad una corriente decidida a enfatizar la enseñanza práctica en numerosas cátedras e impulsar la docencia objetiva. Las mayores exigencias de personal docente generadas por este nuevo énfasis comenzaron a ser un tema de preocupación de las autoridades de la Facultad.

Esos cambios se acompañaron de esfuerzos orientados a mejorar las facilidades académicas  materiales. Entre los logros de tales esfuerzos destaca la construcción del nuevo local de la Facultad, cuya  ceremonia oficial de inauguración  se realizó solemnemente el 8 de septiembre de 1903., con la presencia del Presidente de la República, Eduardo López de Romaña, y su Consejo de Ministros en pleno. David Matto era el ministro de Fomento y Belisario Sosa decano de la Facultad.

Otros logros materiales importantes fueron  la instalación  de nuevos laboratorios para bacteriología, química, toxicología, histología, anatomía patológica y parasitología. Al respecto, en 1911, el profesor Leónidas Avendaño comentaba que en los últimos lustros los esfuerzos de las autoridades de la Facultad en el campo del equipamiento académico habían cambiado de dirección. Desde que la Bacteriología “reinaba” dichos  esfuerzos se dirigían prioritariamente a dotarla de instalaciones y equipos de laboratorio.

En el año 1918, apareció Anales de la Facultad de Medicina, como órgano revista de magnifica presentación que pronto alcanzó un respetable canje. Dirigida por Hermilio Valdizán. Se constituyó en el principal órgano de difusión del pensamiento de los profesores sanfernandinos. Revista que continúa publicándose  por muchos años más.

Persistencia  de la Influencia francesa en la formación médica

Como ya se informó en páginas anteriores, fue  Cayetano Heredia quien estableció  la relación de la formación médica en el Perú   con la medicina francesa,  enviando a París  a  sus mejores discípulos. Éstos,  al regresar al Perú, difundieron la doctrina anatómica  clínica francesa, a través de la cátedra universitaria y en las publicaciones Gaceta Médica de Lima y La Crónica Médica. 

Entre fines del XIX y comienzos del siglo XX las ideas y métodos de la medicina francesa  fueron adoptadas por médicos  peruanos.  Muchos de ellos viajaron para estudiar en la Facultad de Medicina de París y regresaron al país  con nuevos conceptos, técnicas y perspectivas.  Durante todo el periodo que estamos analizado, la enseñanza teórica de las materias incluidas en el Plan de Estudios de San Fernando se desarrollaba siguiendo en general, los postulados positivistas y biologicistas, aunque siempre bajo la influencia de la Escuela Médica Francesa.  Así lo indica el análisis del contenido tanto de las clases magistrales a cargo de los catedráticos principales, como de los textos de consulta disponibles en la Biblioteca de la Facultad en ese entonces.

Existen  testimonios, además,  que acreditan que los alumnos conocían los textos de medicina internacionales, especialmente los franceses,  a pesar de no haber sido traducidos al español. Leer texto en francés y tener al francés como el segundo idioma, fueron dos características comunes de los miembros más destacados de la comunidad sanfernandina.

Autoridades y docentes sanfernandinos

Como ya se señaló en páginas anteriores, durante la República Aristocrática, los profesores universitarios de mayor jerarquía eran, simultáneamente, prominentes dirigentes políticos. Este hecho fue muy evidente en la Facultad de Medicina de San Fernando, en tanto que los cinco decanos que se sucedieron en ese período tuvieron importante presencia e influencia en el Gobierno Nacional y en la comunidad médica. Ellos fueron: Francisco Rosas (1895-1899), Armando Velez (1899-1903), Belisario Sosa (1903-1907), Manuel C. Barrios (1907-1911) y Ernesto Odriozola B. (1911-1921). Todos ellos llegaron a presidir la Academia Nacional de Medicina, tres de ellos fueron miembros fundadores de la Academia Libre de Medicina. Además, tres de los mismos fueron altos dirigentes del Partido Civil: Francisco Rosas, como diplomático, senador y candidato a la presidencia del Perú; Belisario Sosa, como segundo vicepresidente de la República, senador y Ministro de Fomento; y, Camilo Barrios, como senador y Ministro de Fomento. Durante la gestión ministerial de este último se creó la Dirección General de Salubridad Pública (1903), dando inicio a la Salud Pública Moderna.

En 1901 se contabilizó un total de 31 docentes al servicio de la Facultad de San Fernando, de los cuales 23 (74%) eran catedráticos titulares. En 1919, el número total de docentes se había incrementado a  68; de los cuales 32 (47%) eran titulares o interinos.   Además,  el 1º de octubre de 1911,  en los inicios de la gestión de Odriozola, se identificó a 25 catedráticos titulares y tres adjuntos como responsables de las 26 cátedras de la Facultad de Medicina;  comparando la relación de este personal con la presentada en el  1879, se verifica que la generación “Heredia y sus discípulos” se había agotado por razones naturales. 

Los alumnos sanfernandinos y sus relaciones con los docentes

Eran ya lejanos los  días en que el prestigio social de la profesión médica estaba  devaluado. Al inicio del  siglo XX, la valoración social y económica de la carrera médica ya era muy alta. Ello se expresaba en el incremento anual del número de postulantes  para seguir estudios  en la única Facultad de Medicina del país, así como de la cantidad de  ingresantes anuales a la misma. Este último hecho ya preocupaba, en 1917, al decano Ernesto Odriozola. Al respecto, de acuerdo a datos oficiales recopilados por la Comisión de Reforma de 1958, el número total de alumnos matriculados en la Escuela de Medicina, durante el período 1901-1919  se incrementó  desde un mínimo de 171 en 1901, a otro máximo de 358 en 1919.

Durante la gestión de Belisario Sosa egresó de la Escuela Médica de San Fernando la primera médica peruana, Laura Rodríguez Dulanto, quien juró ejercer la profesión el día 28 de diciembre de 1904. Mujer extraordinaria, pudo superar todas las barreras que en esos años dificultaba la presencia de la mujer en el escenario público. Lamentablemente murió prematuramente a los 43 años de edad. Deberían pasar 25 años para que una segunda mujer, María Mercedes Cisneros, pudiera titularse, en el año 1929, como médica en la Facultad de San Fernando.

Por otro lado, el Gobierno expidió el Decreto del 23 de diciembre de 1904, por el que se prescribió que el Ministerio de Fomento, en unión con la Facultad San  Fernando, enviaría cada año a dos alumnos, los más aprovechados y capaces que concluyeran sus estudios académicos en Europa o Estados Unidos para que perfeccionaran sus conocimientos. El cumplimento de tal norma fue  importante para el desarrollo de la Medicina en  el país. La mayoría de becarios a  su regreso al país, se dedicaron a enseñar las nuevas materias o especialidades médicas  aprendidas  en el extranjero y/o cumplir las tareas de dirigir y organizar los nuevos servicios sanitarios que el Estado estaba creando para atender la salud colectiva. Recordemos que un año antes se había creado la Dirección General de Salubridad – conducida por el  ministro Manuel Camilo Barrios –  como dependencia del Ministerio de  Fomento y Obras Públicas.

Jorge  Basadre hace notar que antes de iniciarse la Reforma Universitaria de 1919, ya se producían incidentes aislados en la Facultad de Medicina  que evidenciaban el descontento de los  alumnos con algunas decisiones de las autoridades académicas. Teniendo que explicar  tales incidentes, Odriozola en su Memoria del Decano elevado al Rector de la Universidad en diciembre de 1917, argumenta que estaban provocadas principalmente por el creciente número de alumnos matriculados en la Facultad, lo cual afectaba tanto la disciplina en  las aulas como en la calidad de la enseñanza. Aumento de la matrícula que, en su opinión, era el resultado de una equivocada expectativa crematística o de ascenso social de los interesados antes que en una genuina vocación profesional.  Además, en esta misma Memoria, apenas 14 años después de haberse inaugurado el nuevo local, se  informaba  sobre la existencia de problemas de espacio para la enseñanza práctica, especialmente de la Anatomía, de la Histología y la Bacteriología; y que en lapso se asistía, además, a una creciente insuficiencia de disponibilidad de cadáveres para la práctica de disección.

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“La aglomeración de alumnos (…) es asunto que debe preocuparnos, porque lejos de mostrar una mayor amplitud de nuestra capacidad profesional, debe estimarse como un equivocado conecto de la finalidad especulativa de cada una de las profesiones que se recibe en nuestro Instituto. Muchos alumnos lisonjeado por las doradas expectativas de un porvenir caudaloso, acogen una carrera por la que no tienen la menor vocación y se convierten entonces fácilmente en profesionales extraviados, en simples comerciantes con título, que están muy lejos de dignificar sus elevadas funciones y descienden a menudo al nivel reprochable de la mixtificación y de la charlatanería (…) Hoy la aglomeración de que venimos ocupándonos, es ya superior a nuestros recursos y hace difícil la enseñanza escrupulosa manteniendo en zozobra la disciplina general”

E, Odriozola, 1918, p. I

Preocupado por el incremento de esas supuestas motivaciones para ingresar a la carrera médica, Odriozola proponía que la evaluación del alumno no se limitara solo a medir episódicamente su memoria, sino a valorar permanentemente sus actitudes y aptitudes durante el trato diario entre profesores y alumnos, más o menos, íntimo, a que obligan los estudios médicos.

Centro Universitario de Lima : 1908-1917

Desde la primera década del siglo XX, comenzaron las actividades concertadas de los estudiantes de la UNMSM con participación  protagónica de los estudiantes de medicina. El “Centro Universitario de Lima”, dirigido por un  Comité conformado por dos personeros de cada una de las facultades, se inauguró el 23 de septiembre de 1908, siendo su primer presidente Oscar Miro Quesada de la Guerra (RACSO), a los 24 años de edad.

Según Basadre, las actividades de “extensión universitaria” a cargo del Centro comenzaron en 1911; siendo su principal propulsor el mismo Miro Quesada, primero a través del Centro y, luego, con la  difusión de su trabajo La nacionalización del derecho y la extensión universitaria. RACSO ingresó a San Marcos e inició sus estudios médicos en la Facultad de San Fernando pero, luego de dos años, los suspendió para orientarse hacia las disciplinas humanísticas y sociales. 

El primer ensayo de democratización del conocimiento realizado por el Centro, a través de la extensión universitaria,  fue la publicación de una cartilla de divulgación sanitaria sobre la tuberculosis, escrito por Carlos Monge y Herminio Valdizán. Éstos y Carlos E. Paz Soldán eran miembros de la misma promoción de 1911. Paz Soldán fue vicepresidente y luego presidente del Centro; además, en 1909 fue delgado del Perú al Congreso Estudiantil de Buenos Aires. En 1915, se realizó el primer programa de extensión universitaria del Centro, auspiciado por el Consejo Universitario de San Marcos.

El 15 de julio de 1917, el Centro Universitario de Lima fue reemplazado por la Federación de Estudiantes del Perú; teniendo como sus primer presidente a Fortunato Quezada –en ese entonces alumno sanfernandino – e integrado por delegados de todas las universidades, entre ellos Víctor Raúl Haya  de la Torre, delgado de la Universidad de Trujillo.

Homenaje  a Ernesto Odriozola como paradigma del profesor sanfernandino

Ernesto Odriozola Benavides, proveniente de una familia de aristócratas, políticos e intelectuales, fue  reconocido de manera unánime –  entre sus colegas, sus discípulos y personas notables del país y el extranjero –  como el médico peruano más importante de esos 24 años de la República Aristocrática. Por sus dotes excepcionales  como Maestro y Decano, fue considerado como el paradigma de profesor sanfernandino. Además, por el carácter de su brillante ejercicio profesional, es distinguido como  el más genuino representante de la Escuela Médica Francesa en el desarrollo de la Medicina Peruana.

Murió súbitamente en su Oficina del Decanato de la Facultad de Medicina el 16 de Marzo de 1921. En  la revista La Crónica Médica Vol. 38, Nº 694, del año 1921, el Dr. Carlos Bambarén, en representación de los profesores sanfernandinos,  y el alumno  Eleazar  Guzmán Barrón,  en su condición de  Presidente del Centro de Estudios de Medicina,  escribían, en homenaje al Maestro Odriozola, lo siguiente:

 “Cuando ocupó la Cátedra de Clínica médica era, sin disputa el médico más notable del Perú… Nadie caracterizó mejor que él el tipo de profesor fernandino: buena voluntad, carácter  y amor a la institución…Fue el decano insustituible. Su gestión era siempre orientada por el derrotero más feliz y llevado a cabo con la más elevada de las miras” (Bambarén, Carlos, 1921, p. 98).

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“Cuando ocupó la Cátedra de Clínica médica era, sin disputa el médico más notable del Perú… Nadie caracterizó mejor que él el tipo de profesor fernandino: buena voluntad, carácter y amor a la institución…Fue el decano insustituible. Su gestión era siempre orientada por el derrotero más feliz y llevado a cabo con la más elevada de las miras”

Bambarén, Carlos, 1921, p. 98

Pero donde se dibuja en todo su relieve la personalidad del Dr. Odriozola, donde fulge en todo su esplendor la imagen del apóstol, es al frente de la Facultad de Medicina….El movimiento estudiantil de 1919 nos proporcionó la feliz oportunidad de apreciar en todo su valor la bondad infinita de su alma generosa…  La gloria y el lustre de San Fernando constituían para él su más fervoroso ideal…. He allí porque los estudiantes de medicina llegaron a sintetizar en la persona del Dr. Odriozola el tipo de Maestro ideal y porque fueron para él todos sus afectos, todas sus simpatías y toda su admiración…  concediéndole la más alta distinción honorífica en el seno de la institución (Centro de Estudiantes de Medicina) haciéndole su presidente honorario. Y en el Primer Congreso Nacional de Estudiantes del Cuzco fue ungido como Maestro en el voto de aplauso y admiración entusiasta de la juventud universitaria de toda la República” (Guzmán Barrón, Eleazar, 1921, p. 126).