La Crisis de la Salud Pública
Hace más o menos 15 años, una alumna de la Maestría en Salud Pública en una Universidad hermana, me entrevistó como parte de un trabajo de curso. La pregunta central de la entrevista era: ¿Cuáles eran los elementos principales de la “Crisis de la Salud Pública”?
Mi reflexión de entonces, fue que uno de los elementos principales de esta crisis, era la distancia entre los académicos de la salud pública, y los practicantes de la salud pública.
Los primeros, desde el espacio universitario o de institutos de investigación privados nacionales o en entidades internacionales, discutían acerca del concepto de salud pública, su origen y su futuro. Hacían investigaciones y propuestas teóricas, y una de sus preocupaciones, que era a su vez parte de la mencionada crisis, era que los decisores y políticos no les hacían caso. Por otro lado, los practicantes, gestores operativos o políticos vinculados con la salud pública, simplemente tomaban las mejores decisiones posibles, enfrentados con las presiones y demandas cotidianas de los servicios y de los diversos grupos de poder vinculados con la salud. Al entrevistar a estos segundos, decían que en efecto, los académicos estaban en “su nube”, que sus investigaciones no les eran relevantes, y por ende, ni siquiera los invitaban a dialogar. En efecto, no hacían caso de los primeros.
Quizá esta misma clasificación entre académicos y practicantes refleja en mí una realidad ajena, de sociedades en las cuales se suele tener un solo trabajo, y hay quienes optan para su ejercicio profesional por la academia, y quienes optan por el espacio de la gestión pública. Nuestro país, siempre sincrético y creativo, nos ha criado en un espacio fluido en el cual estamos unos y otros en un espacio y en otro por temporadas, y algunos de manera permanente en ambos. Dualidad que no resuelve en problema, porque un académico en tiempo de ejercicio de gestión, usualmente pide licencia, y aunque no la pida, se la toma de facto, pues deja de pensar como académico y pasa de lleno al fascinante momento de la gestión, hasta que su tiempo pase y retorne al modo académico.
Hay casos diferentes, sin duda. Para no herir modestias, no mencionaré los nombres de docentes nuestros, brillantes Directores Generales, funcionarios o Directivos Nacionales, que en su momento de gestión, implementan o implementaron iniciativas innovadoras y materializaron sus inquietudes salubristas, logrando reconocimiento de tirios y troyanos. Son las excepciones que confirman la regla, pero les agradezco su existencia, que permite soñar con más casos similares.
Quince años después, en esta época de “redes sociales” virtuales, en las cuales la presencia ya no requiere que a uno lo inviten, y en que podemos expresarnos y aparentemente comunicarnos, me pregunto si esto ha cambiado. Esta mañana Juan Pablo Murillo, colega por quien guardo el mayor respeto personal y profesional, afirmaba “en general la «Academia Peruana» es enormemente irrelevante en términos de Salud Publica…”. Quizá, pese a la etérea oferta de la virtualidad como posibilidad de articulación y vinculación, esa diferencia entre académicos y practicantes no sólo persiste sino se ha ampliado, amplificada ahora por sus respectivas “redes sociales” en las cuales cada uno busca resolver los problemas que lo afectan. Los académicos sentimos que tenemos, por experiencia, por estudios, por edad o porque es nuestro rol social, el deber y la autoridad para decirle a los practicantes lo que consideramos que deberían hacer. Los practicantes, por idénticas razones, nos escucharán con el desdén aprendido de tantas generaciones, y seguirán haciendo lo que vean factible o conveniente. Las normas nacionales, que ahora ya tienen referencias bibliográficas, suelen tener cero referencias a investigación nacional. Lo recíproco funciona también. Si no, verifiquemos qué tanto las normas nacionales o las prioridades sanitarias se han reflejado en nuevas investigaciones o en nuevas experiencias de aprendizaje en nuestros curricula. ¿Qué investigaciones hemos hecho que reflejen las prioridades sanitarias? Unas pocas. ¿Qué ha cambiado en nuestros programas formativos a raíz de la Ley de Salud Mental, de Cuidado de la Diabetes o del Paciente Oncológico? Nada. No es que los practicantes no nos tomen en cuenta. Nosotros los académicos tampoco los tomamos en cuenta a ellos.

¿Oportunidad perdida de cambiar nuestro sistema de salud?
¿Alguna vez tomaremos una decisión consensuada que incluya a unos y a otros? No tenemos espacios para ello. ¿Los Talleres? El distinguido David Tejada De Rivero, me dijo una vez “Me parece que me invitaron a ese Taller del Ministerio, solamente para poder ponerme en la lista de participantes, porque nada de lo que dije se recogió en el documento”. El Consejo Nacional de Salud, del cual somos parte como Academia, es un espacio sin carácter vinculante, en el cual podemos también proponer, y hasta tomar acuerdos, que serán luego encarpetados.
La resiliencia, sin embargo, es una característica de todo salubrista, que le permite pensar que, aunque la historia diga lo contrario, podemos pensar y construir un futuro diferente. Tratando de vencer a la irrelevancia a partir de la historia, diría que podemos seguir siendo cantera, seguir formando candidatos que, si no todos, alguno que logre emular a sus mejores maestros, y nos permita mantener viva la esperanza. Podemos también seguir siendo maza, escribiendo y hablando, apoyados ahora por el video y por los microvideos. Opinando aunque no nos hagan caso. Opinando porque aunque sea por hipnopedia, algo de lo que digamos será escuchado. Porque, como dijo Silvio, ¿qué cósa fuera la maza sin cantera?
Lima, 28 de abril del 2025
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