Los objetivos de estas notas presentadas, ahora en Voces, es recordar los alcances y limitaciones de las reflexiones que el filósofo y matemático Blas Pascal hacía sobre las relaciones entre la “fuerza” y la “justicia” en una sociedad renacentista del siglo XVII. Reflexiones que nos ayuda a comprender  la racionalidad jurídica de las medidas políticas de control coercitivo de la conducta ciudadana durante la actual pandemia del Covi-19.   

INTRODUCCIÓN

En tiempos de miedo y pánico ante una pandemia, las autoridades políticas de las sociedades democráticas han recurrido y siguen recurriendo fácticamente a medidas sanitarias de cumplimiento obligatorio de carácter restrictivo y punitivo que, en ciertas oportunidades colisionan con algunos de los derechos humanos. Es así, por ejemplo, que en el curso de la epidemia del VIH-Sida el mundo democrático fue testigo del uso abusivo de tales medidas, con efectos desproporcionados en las comunidades más vulnerables. Nos estamos refiriendo a la publicación de los nombres y los detalles de las personas que eran afectados por el virus, al uso de un lenguaje estigmatizante como “súper propagadores” o la criminalización de las personas que violaron las restricciones o transmitido el virus a otros.

A partir de esa y otras experiencias negativas, la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha recomendado enfrentar a la pandemia del Covid-19 con una estrategia con “enfoque de derechos humanos”. No obstante, algunas de esas medidas – necesarias para el éxito final de la estrategia –  tienen que  adquirir, durante su aplicación, un carácter coercitivo y punitivo con la pretensión  de  asegurar con el uso de la “fuerza”,  su  cumplimiento universal. Carácter que puede llegar a ser percibida por parte de la ciudadanía como desproporcionado o innecesario, así como atentatorio a derechos humanos, económicos y políticos (de primera generación), hasta extremos que nos hubieran parecido insólitos,  ilegítimos y, por tanto, impracticables hace sólo unos pocos meses.

Para evitar esa percepción negativa, la misma OMS recomienda que toda medida restrictiva vinculada con la lucha contra el Covid-19,  debe estar acompañada por una fuerte campaña de difusión  sobre la importancia fundamental de su cumplimento efectivo para reducir el alto y creciente nivel de contagiosidad y letalidad del coronavirus, así como sobre la gran responsabilidad ciudadana con la protección y la distribución de  un bien común tan preciado como la salud. Responsabilidad que, en esta situación de crisis, tiene que dejar de ser una idea abstracta para concretarse en la aparición de organizaciones comunitarias o grupos de apoyo de la sociedad civil en estos tiempos, ya que muchas personas pueden necesitar ayuda de los miembros de su propia comunidad para comprender la importancia de tales medidas para el éxito final de la estrategia y, por tanto, llegar a aceptarlas y defenderlas por convencimiento.

RECORDANDO A PASCAL

Blas Pascal (1623-1662), filósofo y  matemático francés, discrepa con su compatriota René Descartes (1596-1650), cuando  no acepta que el pensamiento sea la única condición de la existencia humana.  No somos sólo pensamiento in extenso, no es cierto absolutamente que «pienso, luego existo», sino que pienso, sí, pero no es la acción condicionante del existir. Además no todo pasa por la razón, por el pensamiento. «No, no soy algo que piensa. A veces, es cierto, pienso. Pero normalmente me apasiono, amo, odio, busco, caigo, sueño, anhelo. Y  el otro (existe) también. Y vivo con el otro. Ese es mi problema. Estar con el otro es mi mayor deseo, y también mi mayor dificultad.»  La sociedad – para Pascal –  no puede ser guiada sólo por la razón. Aunque, las normas sean concebidas según ella: “Estamos atrapados por ella, pero no somos sólo razón. «

Pascal rompe así con el molde del racionalismo cartesiano, del pensamiento  de lo estrictamente lógico formal. El expone que todos tenemos otras características. El ser humano piensa, siente, une, vincula. El yo no puede imponerse como una especie de cárcel que explica todo mediante la razón. El yo impera en nuestro conocer y actuar, el yo «es injusto en sí, por hacerse centro de todo; es incómodo para los demás, porque quiere someternos, porque cada ‘yo’ es enemigo y quisiera ser el tirano de todos los demás”

«No, no soy algo que piensa. A veces, es cierto, pienso. Pero normalmente me apasiono, amo, odio, busco, caigo, sueño, anhelo. Y  el otro (existe) también. Y vivo con el otro. Ese es mi problema. Estar con el otro es mi mayor deseo, y también mi mayor dificultad.»

Pascal respondiendo a Descartes

Además,  en el curso  de esa reflexión Pascal clasifica a las personas,  según los fines individuales de su acción, en tres  categorías:  los “carnales”, que tienen como  fin de su actuar la carne (el éxito material); los “curiosos”, que  tienen como fin el espíritu (la razón); y, los “prudentes”, que tienen como fin a la caridad (la justicia).  Las personas carnales son los ricos, los reyes: tienen por objeto el cuerpo. Las personas curiosas y sabias: tienen por objeto el espíritu (la razón). Las personas prudentes tienen por objeto: la justicia (la caridad)”.

Órdenes sociales según Pascal

Blas Pascal enfatiza reiteradamente a lo largo de su obra el concepto filosófico de “orden” de la vida humana. Para Pascal, un pensamiento sobre la realidad no puede ser expresado “fielmente” y alcanzar su objetivo si no ha recibido previamente un cierto orden, y dirá: “Las palabras diversamente ordenadas constituyen diversos sentidos, y los sentidos diversamente ordenados producen diferentes efectos”

El pensamiento de Pascal culmina con su descripción de tres órdenes principales en la vida humana. Órdenes diferenciados en función de los productos que crean y los fines que persiguen las personas durante su vida; en otros términos: conjuntos  diferenciados de actividades de personas que tienden a un mismo fin, el cual se manifiesta por la organización de las acciones sociales pertinentes: el orden de los cuerpos, el orden del espíritu y el orden del corazón. El diferente fin perseguido genera comportamientos, acciones y  “realidades” diferentes al interior de cada orden de la vida humana.

Cada uno de esos órdenes  tiene su propia lógica: el de los cuerpos (naturaleza humana), que está regido por las determinaciones de la naturaleza y las costumbres; el del espíritu, situado bajo la jurisdicción de la razón; y el del corazón, que únicamente obedece a la ley del amor, quedando así emplazado en el ejercicio de la caridad. Los tres órdenes responden respectivamente a las tres dimensiones de la vida del ser humano: la costumbre, el conocimiento y el deseo. Pero, bien asentadas la naturaleza y las costumbres, así como el ejercicio de la razón, para Pascal no hay comparación entre estos órdenes y el tercero, que es para él claramente el más elevado: el del corazón (caridad).

También alerta sobre el peligro de mezclar órdenes en la argumentación de una opinión o de una acción, lo que puede llevar al ridículo; todo discurso que mezcla los argumentos de distintos órdenes para sustentar una opinión o una acción social es “falsa o tiránica”.

El aporte de Pascal al análisis de la sociedad estructurada en órdenes de la vida humana es fundamental. La singularidad de su pensamiento radica en la asociación de finalidades con niveles sociales y actividades concretas de reyes carnales, curiosos espirituales y justos prudentes. Al respecto, señala que la diferente finalidad perseguida por  uno de esos órdenes genera comportamientos, acciones y  esferas (ámbitos) de “realidades” diferentes. Enfatizando, finalmente, que cada orden posee internamente su propia coherencia, sus valores propios y su propia eficacia argumentativa; aunque sus argumentos pierden su eficacia cuando son  utilizados en otra esfera. También alerta sobre el peligro de mezclar órdenes en la argumentación de una opinión o de una acción, lo que puede llevar al ridículo; todo discurso que mezcla los argumentos de distintos órdenes para sustentar una opinión o una acción social es “falsa o tiránica”.

Para Pascal, “La tiranía consiste en querer tener por una vía lo que sólo se puede obtener por otra y  lo ‘injusto’ y lo ‘ridículo’ es confundir los órdenes”, en el proceso de argumentación de la validez de una opinión o de una acción. Como ejemplos: “yo soy bello y por eso me deben temer”; “yo soy fuerte y por eso me deben amar”.  Es famosa su frase: “el corazón tiene sus razones que la razón ignora”, la cual nos recuerda que los sentimientos y las emociones (el corazón) no puede tener una explicación racional (el espíritu), pues querer hacerlo sería “ridículo” o cómico. Es ridículo, por ejemplo,  pretender amar por motivos morales, querer conquistar el amor por principio y por demostración, querer imponer el amor por la verdad  o por la fuerza. Asimismo, es barbarie, también por ejemplo,   cuando se decide la vida o la muerte de las personas en medio de una pandemia por criterios políticos o económicos.

La confusión entre esos  órdenes, las distorsiones en la complementación  de los mismos o el uso unilateral o “tiránico” de uno de ellos, han sido causas de errores históricos al definir la primacía o prioridad de nuestras opiniones y acciones políticas, errores que podrían repetirse en la lucha contra la actual pandemia.

“Justicia” y “Fuerza” según Pascal

Por otro lado, Pascal no cree en la posibilidad de una justicia universal, como una verdad inherente a la ley de cualquier pueblo, sin importar su lugar geográfico o su historia. Así, al no existir una externalidad desde la que se pueda medir la justicia de la ley, cada pueblo de acuerdo a sus características particulares, a sus costumbres, determinará su ordenamiento jurídico.  Entonces surge una pregunta: ¿qué es lo que hace justa a una ley? Pregunta  respondida por Pascal de la manera siguiente: “Es justo que se siga lo que es justo; es necesario que se siga lo que es más fuerte. La justicia sin la fuerza es impotente; la fuerza sin la justicia es tiránica. La justicia sin la fuerza es contradicha, porque hay siempre malos; la fuerza sin la justicia es acusada. Es menester, por lo tanto, juntar siempre la justicia y la fuerza; y para eso hacer que lo que es justo sea fuerte, lo que es fuerte sea justo.”

Las leyes no son justas per se, no son obedecidas porque evidencien justicia, sino porque tienen la autoridad otorgada por la fuerza (el poder). Al no existir una perspectiva independiente, “objetiva”, de la justicia desde la cual juzgar lo justo de la ley o sobre la cual fundamentarla, toda su autoridad termina residiendo en el “crédito” que se le reconozca. Tal es precisamente su fundamento, pues ese reconocimiento no es más que la creencia del pueblo en la autoridad de la ley. Por lo tanto, el derecho se fundamentaría en un acto de fe: “No pudiendo hacer que lo que es justo sea fuerte, se ha hecho que lo que es fuerte sea justo”.

“Sin duda que la igualdad de bienes es justa (…)  Pero sucede que el Derecho lo ha decidido de otro modo y protege la propiedad privada y, en consecuencia, la desigualdad de bienes (…) No pudiendo hacer que sea forzoso el obedecer a la justicia, se ha hecho que sea justo el obedecer a la fuerza (del Estado). No pudiendo fortalecer a la justicia, se ha justificado la fuerza, a fin de que el justo y el fuerte se uniesen y que fuera posible la paz, que es el soberano bien” (B. Pascal, Pensamientos).

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REFERENCIAS