Capítulo 8 del libro: «San Fernando y su contribución a la moralidad médica en el Bicentenario de la independencia del Perú«.


“Generación de la media centuria”: la excelencia científica

Contexto nacional durante  el período 1934-1960

Entre los años 1934 y 1960, después del  ingreso violento y desordenado de las clases medias y populares en el escenario político,  los gobiernos peruanos  estuvieron obligados  – al igual que en otros países latinoamericanos –   a redefinir sus políticas sociales, para atender de manera más favorable a las demandas, cada más beligerantes, de las organizaciones laborales y populares, especialmente las urbanas, con la clara intención de restar apoyo, en el escenario político,  a las fuerzas anti oligárquicas o de oposición. A través de políticas “populistas”, los gobernantes en alianza con una renovada oligarquía   insistirían  –salvo en un pequeño intervalo entre 1945 y 1948– en conservar el viejo orden social estamental y su articulación  regional a través de los gamonales, tratando de continuar  con la exclusión de las fuerzas populares  y  a los indígenas del escenario político oficial.   

La  oligarquía y sus aliados, debilitados ideológicamente, sólo pudieron sostener su dominio en el  escenario político oficial con el apoyo de las Fuerzas Armadas.  En un contexto internacional de confrontación militar e ideológica entre fuerzas políticas colectivistas e individualistas, se alternaron en el país regímenes constitucionales o de facto, democráticos  o autoritarios. Regímenes presididos, sucesivamente  por: el general  Oscar R. Benavides (1934-1939), el ingeniero Manuel Prado (1939-1945), el jurista José Luis Bustamante (1945-1948), el general Manuel A. Odría (1948-1956); y, nuevamente, Manuel Prado (1956-1962). Todos estos regímenes  combinaron, con diferentes énfasis, una  política de seguridad interna centrada en la represión de los movimientos laborales y campesinos más radicales, acompañada de una política social asistencialista, focalizada en grupos laborales y urbanos; y, a partir de la década del 50, en  los grupos urbano marginales. Además, se sumaba a estas  políticas   – mientras lo permitió el erario y el crédito  del Estado Peruano – la construcción de costosas obras públicas que hicieron crecer significativamente el capital social de la parte urbana del país, especialmente la infraestructura educativa y hospitalaria.

En lo económico, superada la crisis financiera mundial de 1929, los años de la siguiente década  y los de la Segunda Guerra Mundial, fueron favorables para el crecimiento de la economía peruana; debido al crecimiento del sector primario exportador. Luego, la afluencia de las inversiones extranjeras y del auge de las exportaciones, debido a la Guerra de Corea, impulsó un alto crecimiento de la economía peruana. El incremento del PBI entre los años 1949 y 1956 fue “equivalente a un promedio de 8,4% anual, cifra que no se ha vuelto a registrarse en un plazo similar” (G. Bardella, 1989, p. 387). Pero, concluida la guerra de Corea en 1953 la situación económica del país comenzó a deteriorarse, poniendo en evidencia, nuevamente, su vulnerabilidad externa.

En comparación con lo sucedido anteriormente en la sociedad peruana, las acciones gubernamentales “populistas” de esos gobiernos aparecen, a pesar de sus limitaciones, como progresistas y favorables  a una redistribución más justa del ingreso nacional. Sin embargo, la exclusión de la población campesina persistía, y la distribución del ingreso seguía siendo una de las más desiguales de América Latina. En realidad, tales acciones solo obedecían a las necesidades del proceso de legitimación de la creación de un nuevo Estado con perfiles   oligárquico-populistas.

Adicionalmente, el uso de la noción de “raza” fue perdiendo  validez científica entre los intelectuales y políticos peruanos.  Los oficialistas giraron hacia la noción de “cultura”, mientras que los de oposición eligieron el de “clase”. De esa  manera se fue despojando de su legitimidad política a la  creencia de la superioridad social, de la moral “correcta” y de la inteligencia superior, que hasta el período anterior se consideraban atributos raciales. Estos últimos fueron redefinidos  para ser considerados, ahora, como  atributos culturales o de privilegio de clase;  “… la herencia, antes biológica y  ahora cultural,   permanecía separando a las ‘gentes’ por sus logros culturales”  (M.  de la Cadena, 1998, p. 87).  

Escenario  conflictivo universitario

El gobierno de Benavides promulgó el 9 de octubre de 1933  la Ley Nº 7824 que autorizó la reapertura de  la Universidad de San Marcos  en 1934, expidiéndose posteriormente el   llamado  “Estatuto Universitario de  1935”. La nueva norma estatutaria seguía en sus postulados  generales, el contenido ideológico del Estatuto de 1928. Suprimió el Consejo Consultivo de la Universidad, así como el régimen de cogobierno y el derecho de tacha del alumno. De corte autoritario,  incidió en disposiciones reglamentaristas y conservadoras,  aunque mantuvo la autonomía pedagógica, administrativa y económica de la Universidad. Este nuevo Estatuto mantendría  una corta  vigencia de seis años.

Luego, durante  el gobierno de Manuel Prado, se expidió la Ley Nº 9359, Ley Orgánica de Instrucción Pública, del 1º de marzo de 1941, que en su Sección Tercera se ocupó de la Universidad, aunque sin referirse a las instituciones de la reforma universitaria. En cambio, insistió en disposiciones reglamentaritas  que  impedían a la Universidad un desarrollo propio tanto en su régimen académico, como en su estructura administrativa;  en realidad, había retornado a un  régimen de marcada sujeción de la Universidad  al Estado. Después de 21 años, el Perú contaba con una nueva Ley Orgánica de Educación.

Posteriormente, el triunfo en las elecciones presidenciales de Bustamante y Rivero, con el apoyo del partido aprista, creó un ambiente tanto de intranquilidad entre los docentes sanmarquinos  como de  aumento de las  expectativas estudiantes. En los dos primeros años, después de  ese triunfo, se van a registrar los más altos porcentajes de ingresos de postulantes en la historia de San Marcos, 71 a 74% del total de postulantes. Luis Alberto Sánchez, uno de los principales miembros de la “Generación del Centenario”, lograba su primera elección como Rector de San Marcos.

“…se observó en San Marcos, el incremento de la inquietud estudiantil, daba la impresión de que la Universidad  se orientaba hacia un clima de intranquilidad y convulsión que requería reformas inmediatas. Hubo catedráticos de las diversas Facultades que renunciaron en forma irrevocable, otros pidieron licencia y no faltaron algunos que optaron por la jubilación (…) Indudablemente fueron los años de 1945 y de 1946 los que acusaron los más altos porcentajes de ingresantes (…) Luis Alberto Sánchez explica que fue ‘debido al cambio de autoridades universitarias y al temor de una posible tacha, la benignidad de los exámenes de admisión’…” (S. Pérez Alba, 1969, p. 131-132).

El 24 de abril de 1946, se promulgó la Ley Nº 10555, “Estatuto Universitario de 1946¨”, que retornó  a los principios básicos de la reforma de Córdoba (autonomía, cogobierno, extensión);  pero incluyendo, además, un conjunto de disposiciones positivas en cuanto a los requisitos para la docencia e investigación, así como sobre las rentas y ventajas para el desarrollo de políticas de servicios y de extensión universitaria.  La forma en que, finalmente, las autoridades universitarias – ahora con el “tercio estudiantil” –  aplicaron  la nueva  Ley, generó fuertes enfrentamientos entre docentes y alumnos en  la Universidad de San Marcos.

“La ley respondió a los postulados apristas de la universidad y ese Partido aprovechó que era mayoría en el Senado para ejercer una presencia en el movimiento estudiantil de San Marcos (…) el Partido  no solo controló hegemónicamente a la Universidad, sino cometió el error de imponer criterios de intolerancia y sectarismo que neutralizaban las virtudes de la ley universitaria. Como es obvio, esta reforma y la ley no sobrevivieron  a la caída del gobierno  de Bustamante Rivero  y la persecución del Partido Aprista. La universidad volvió a sufrir los efectos del péndulo” (E. Bernales, 1994, p. 74).

El 6 de abril de 1949, cinco meses después de asumir por la fuerza el poder, la Junta Militar del general Manuel Odría  expidió  el Decreto Ley Nº 11003 que derogó el Estatuto Universitario de 1946, anulando el cogobierno estudiantil y restableciendo la Sección Tercera de la Ley Orgánica de Educación Nº 9359,  ya comentada. Se reinicia un riguroso intervencionismo del Estado en la universidad, así como se impone una fuerte represión de los movimientos estudiantes reformistas.

     “En el interregno 1949-1955 la Universidad sufría atropello físico y moral del gobierno, que no desaprovechaba cualquier oportunidad  para intervenir  directa o indirectamente  en San Marcos (…)  Se acentuó la crisis en la armonía y tolerancia entres maestros y alumnos, y el estamento de estudiantes fue protagonista de hechos que intranquilizaron a San Marcos” (S. Pérez Alba, 1969, p. 163).

En abril de 1957, al comienzo  del segundo gobierno de Manuel Prado, se realizaron las  elecciones  de nuevas autoridades universitarias para el período 1957-1961. Siendo elegidos: como Rector de San Marcos, el Dr. José León Barandiarán, y como Vicerrector, el Dr. Ovidio García Rosell. Como efectos tardíos de la política  universitaria del “ochenio” de Odría, la Universidad mantuvo durante ese período un perfil bajo en todos los sentidos. Sin embargo, el crecimiento poblacional, los movimientos migratorios internos y el apoyo a la educación secundaria,  habían estimulado  el crecimiento de la demanda de matrículas universitarias, especialmente de parte de los sectores  sociales emergentes.

En medio de ese escenario conflictivo, fuentes oficiales informaban que el número total  de estudiantes matriculados, en el conjunto de universidades del país, se había  elevado de 9.971 en 1945 a 14.776 estudiantes en 1948, con un incremento porcentual de 48%. Luego, aumentaría a 18.966 en 1956 y alcanzaría un total de 30.102 estudiantes en 1960. Es decir que en el lapso de 15 años,  de acuerdo con cifras oficiales,  la población estudiantil  se habría triplicado. Por otra parte, de manera concordante con los anteriores  datos, los registrados en los Censos Nacionales de 1940 y de 1961, mostraban un aumento significativo  del “porcentaje de la población  de 15 años y más con  nivel educativo superior”, que se elevó de 0,9% en el censo de 1940 a 2,3% en  el de 1961. Porcentajes que en cifras  absolutas significan 31.000 y 131.000 personas de 15 años y más con un nivel universitario, respectivamente.

En palabras de  Manuel Burga,  historiador y ex-rector de la UNMSM, eran los años de la segunda  mitad del período de la “Universidad de las clases medias”.  Al final  de la década del cincuenta, existían en el país ocho universidades con una oferta académica total que lograba atender la demanda de apenas treinta mil estudiantes. Oferta que estaba lejos de corresponder  a la demanda generada por jóvenes egresados masivamente de la secundaria y que pugnaban por ingresar a la Universidad. Ni mucho menos, atender  a los requerimientos de recursos humanos calificados que exigían la implementación de políticas  de modernización y de democratización del país. La percepción social de este desfase entre oferta y demanda universitaria, junto a la apertura democrática del segundo gobierno de Prado, impulsarían la Reforma Universitaria de 1960. 

Plantel docente sanfernandino después del receso de 1932

En el Perú, dos años después del receso universitario de 1932,  la Facultad de Medicina de San Fernando fue la primera entidad universitaria en ser autorizada para reiniciar sus actividades académicas.  Desde julio de 1934, en uso de esa autorización, la Facultad comenzó a cumplir sus funciones con una amplia renovación de su plantel docente, teniendo como Decano al Dr. Carlos Villarán Godoy, pionero de la cirugía experimental en nuestro país. De los treintaicuatro catedráticos titulares registrados al final de la década anterior, apenas ocho continuaban perteneciendo a dicho plantel.  Se asistía, de esa manera, al nacimiento de uno de los más  brillantes colectivos docentes para la formación médica de carácter asistencial que han existido en el Perú. 

En esa renovada relación de catedráticos sanfernandinos  aparecen los nombres de  Carlos Monge, Alberto Hurtado, Honorio Delgado y Pedro Weiss; a los cuales se van agregar, unos pocos años después, los de Oscar Trelles y Oscar Soto. Estos  seis catedráticos  serían distinguidos por la comunidad sanfernandina, en los siguientes lustros,  como personalidades que tenían  en común tres rasgos altamente valorados en la cultura universitaria de esos años. El primero, una admirable  trayectoria  académica y profesional, reconocida como tal por la comunidad médica nacional e internacional. El segundo, una convicción en que el valor de un estudiante o de un docente de medicina consiste en la manera en que representa y realiza la excelencia académica; y que, por tanto, el gobierno y el mando de la Facultad debe recaer en el docente que la encarna de manera superior. El tercero, una gran capacidad de liderazgo, expresado en la formación a su alrededor, de un  grupo de discípulos o seguidores comprometidos con el pensamiento de su líder, mentor y maestro. Todos ellos –  exceptuando Honorio Delgado, genial humanista – con una formación y/o capacitación profesional formalizada bajo los estándares académicos de las mejores escuelas de medicina de Europa y Estados Unidos. Los tres primeros fueron decanos de la Facultad de Medicina de San Fernando en las décadas del  cuarenta y del cincuenta. 

Los  más distinguidos discípulos y seguidores de estos nuevos líderes académicos   fueron enviados por sus mentores a capacitarse en las mejores escuelas de medicina de Estados Unidos y de Europa, utilizando becas destinadas a ese efecto Finalizada su capacitación en el extranjero, estos becarios regresaron al país para asumir nuevas o más importantes funciones académicas en la Facultad de San Fernando. En 1960,  eran 25 los ex-becarios que trabajaban  como profesores a dedicación exclusiva en esta  Facultad. 

 “Las revistas médicas más famosas del mundo daban cuenta de los resultados de las investigaciones de una pléyade de médicos peruanos, que bajo la égida de Alberto Hurtado se multiplicaban día a día y trabajaban en todos las ramas de la fisiología  y patología médica. Paralelamente Honorio Delgado, Oscar Trelles, Pedro Weiss, Telémaco Batisttini, Carlos Gutiérrez Noriega y Hugo Pesce, habían iniciado nuevas ramas de la investigación, y congregado  fructíferos seguidores. En otros ámbitos, Ovidio García Rossel, Oscar Soto y Víctor Alzamora Castro cumplían también con brillo y eficiencia, y en el campo quirúrgico  la destacada y  pionera labor de Guillermo Gastañeta y Carlos Villarán habían constituido ya sendas y activas escuelas. Llego así una etapa en que la medicina peruana  batalló de igual a igual con los protagonistas del avance en las fronteras del conocimiento médico” (J. Arias Stella, 2011, p. 59).

Al final de la década de 1950, aquellos discípulos y seguidores constituyeron  el núcleo de la  resistencia docente   a  la reforma universitaria de Córdoba y, especialmente, al “tercio estudiantil”.  A esta resistencia  se sumaron, finalmente,  otros profesores  que se negaron a renunciar al principio de la excelencia académica en la formación médica, en los términos señalados en el  Informe Flexner de 1910. 

Nuevas orientaciones de la educación médica mundial

En agosto de 1953 se realizó en Londres la “Primera Conferencia Mundial de la Educación Médica”. Alberto Hurtado representó a la Facultad de San Fernando, por su prestigió le cupo presidir una de las cuatro sesiones en que se dividió el evento. A su regreso a Lima expuso, en la Facultad, sus impresiones acerca de las nuevas orientaciones que estaban siguiendo en esos años la educación médica en el mundo. De esa exposición transcribimos, casi textualmente  los siguientes párrafos, por considerarlos  los más pertinentes para los fines de este documento.

“Para los críticos más optimistas la educación médica atraviesa hoy día por una etapa de transición, Para los más, el período actual es de evidente crisis. Pero todos, sin  excepción, están de acuerdo en indicar la urgente necesidad de una reforma”. “El intenso progreso de las ciencias básicas ha originado la aproximación de éstas a la clínica, modificando sus conceptos”.  “La Medicina, modificando en un grado considerable sus tradicionales modalidades de arte, se ha hecho técnica o científica. Pero la reacción ha surgido ante esta situación. Algunos se han preguntado, con bastante fundamento, si la Medicina es todavía una profesión  o simplemente una de las tantas ciencias tecnológicas”.

“Hay actualmente una fuerte tendencia a considerar al enfermo en forma total. Aún  más, hoy día se acepta que el médico no puede considerar los factores psíquicos, orgánicos y funcionales, y los  resultados de las pruebas de laboratorio como los únicos que condicionan el estado del enfermo sometido a su cuidado. Hay otros y muy importantes: ambiente  familiar y social, ocupación, economía, etc.  De ahí que ha surgido con todo vigor la Medicina Social  que no debe confundirse con la medicina socializada. La acción y los deberes del médico no están  tampoco circunscritas al enfermo aislado; conciernen también al alivio de las consecuencias de la enfermedad y a evitar su propagación, cuidando al hombre sano expuesto. Medicina Preventiva es actualmente una actividad fundamental de la acción médica. La conveniencia de saber cómo piensa el enfermo, de donde viene, como vive en su ambiente familiar y quienes son los individuos afectados por su enfermedad, han hecho necesario proyectar la enseñanza más allá de estos lugares habituales de la práctica clínica”

“Es indudable que lo que caracteriza hoy en día a nuestra profesión es el choque entre la medicina científica y la medicina integral. Ambas tienen  necesariamente que complementarse. Eliminar una en favor de la otra equivale a un serio retroceso. Estas nuevas orientaciones han introducido a su vez a serios obstáculos en la realización de la enseñanza adecuada. El problema económico es otro de los más grandes que afecta seriamente la calidad de la educación médica. El costo de la enseñanza se ha elevado considerablemente en lo que se refiere a los equipos y el sostenimiento de  hospitales”.  

Comentarios de Hurtado sobre  el mensaje del Congreso Mundial

A su regreso al país de Londres,  Hurtado se preocupó de  difundir, además de las nuevas orientaciones de la reforma propuestas en el Congreso,  sus  comentarios  y reflexiones   sobre las mismas. El primero de estos comentarios,  se refiere a la unanimidad de los asistentes a la Conferencia sobre la urgente necesidad de hacer una reforma de la educación médica,  orientada a la formación de un nuevo  médico que debería tener, al egresar de la Facultad, las competencias necesarias para integrar, aplicar y desarrollar los aspectos asistenciales,  preventivos y sociales  de la Medicina moderna.

Por otro lado, coincidiendo con esa unanimidad reformista, Hurtado enfatizaba, sin embargo,   su total rechazo a la propuesta, sugerida en Londres,   de sacrificar “ciertos aspectos científicos y técnicos” de la enseñanza médica del pregrado a las necesidades sanitarias, así como su convicción  sobre el peligro que significaba la socialización de la Medicina tanto para el proceso médico, como para el ejercicio liberal de la profesión. Considerando a  éste como una condición de  dicho progreso.

“Varios médicos en ejercicio profesional general intervinieron en la sesión e insinuaron la conveniencia de orientar al estudiante hacia esa clase de actividad durante todo el período de enseñanza, tomando en cuenta que la mayoría de ellos la desarrollarían más tarde después de recibir su grado…  con sacrificio de ciertos aspectos científicos y técnicos que no podrán ser utilizados o aplicados en su práctica profesional. Con esta idea   estuvimos  en completo desacuerdo. Creemos que tanto la especialización como el entrenamiento para una práctica general, urbana o rural, pertenece al ciclo de instrucción pos-graduada” (A. Hurtado, 1955, p. 211)

“Entre los varios métodos utilizados para lograr el bienestar colectivo está la socialización de la Medicina… No hay duda de que su establecimiento responde a un sincero afán de mejoramiento social. Pero tampoco hay duda que  su funcionamiento afecta seriamente el progreso médico. A este progreso contribuye en grado notable, el hecho de que nuestra profesión es básicamente liberal en su carácter. Perdido éste, el porvenir no es halagador. Convertido forzosamente el médico en funcionario… es indudable que se pierde en gran parte el estímulo, el afán de mejoramiento, la inquietud de aprender y contribuir, factores todos fundamentales en el progreso científico… Preciso es encontrar un justo compromiso entre los legítimos derechos de una sociedad que debe ser cuidada y los también legítimos derechos de una profesión que nació liberal en sus comienzos y tiene que mantenerse como tal para asegurar la eficiencia de los servicios llamada a desempeñar”  (A. Hurtado, 1955, p.218)

Los comentarios  de Hurtado expresaban lo esencial del pensamiento “cientificista” reformista de  los  líderes del plantel docente que había iniciado su hegemonía académica,  después del receso de 1932, en la institución sanfernandina. No obstante tal hegemonía, el Maestro Hugo Pesce hacía una fuerte crítica  a las escasas  relaciones de la Facultad de Medicina con las otras Facultades y con las autoridades sanitarias, así como a los defectos cualitativos de la formación médica sanfernandina con relación a las necesidades de servicios de salud de la población nacional. “Los médicos que produce la Facultad de Medicina, totalmente desconectada de la sanidad nacional, puede ser de muy alta calidad para el mercado de la clientela privada o para el ejercicio urbano de la profesión. No están preparados, en general, para afrontar las responsabilidades de la medicina de masas en ambiente rural”  (H. Pesce, 1945, p. 86)

La lucha docente por la “excelencia científica” en  la Facultad de Medicina

Esa nueva generación docente sanfernandina, luchó por establecer en la Escuela de Medicina de San Fernando condiciones académicas  análogas a las vigentes en las mejores escuelas del extranjero, en que ellos habían sido capacitados; es decir, en condiciones de excelencia académica en los términos “flexnerianos” o “cientificistas”. Lucha que desde un inició adoptó un  carácter de incondicionada, es decir sin tomar en cuenta sus efectos colaterales  en la población estudiantil  y en la normatividad sanfernandina. En el año 1951, Honorio Delgado expresaba de manera transparente el compromiso “cientificista” de esa nueva generación, cuando escribía lo siguiente:

“La universidad permanece como  sociedad de maestros y discípulos empeñados en el aprendizaje y el perfeccionamiento del saber (…) En las universidades la cultura científica constituye el elemento  más genuino de la formación intelectual del estudiante. Con la primacía de la ciencia experimental, su misión es ante todo despertar  en el estudiante la aptitud para conocer objetivamente los hechos, ejercitarlo a ver las cosas en sus efectivas relaciones y a juzgar su significación con sentido crítico. Para cumplir tal cometido los maestros no pueden contentarse con la faena de exponer el pensamiento ajeno; deben participar con su propio trabajo en la investigación original (…) Como quiera que no hay ciencia nacional, sino aplicación de la ciencia a las cosas nacionales, se comprende que el fomento de la obra científica original jamás podrá limitarse al objeto vernáculo. De ahí que la enseñanza suprior deba enderezarse al trabajo de investigación de tipo universal” (H. Delgado, 1951, p. 126-140).

Pero, los problemas derivados de las marchas y contramarchas de la reforma universitaria en la Facultad, el crecimiento desordenado de la primera matrícula sanfernandina hasta el  año 1952, la ausencia de un plan estratégico para la reorientación académica, así como la resistencia al cambio  de la cultura institucional habían acumulado limitaciones y restricciones a  los esfuerzos docentes  dirigidos a concretar esas intenciones “cientificistas”  en  el Plan de Estudios de la Escuela de Medicina. 

En el año 1952, la Fundación Rockefeller envío a J. Baüer para realizar un estudio, denominado Una Encuesta a la Educación Médica en el Perú, cuyos resultados mostraron que – de acuerdo  a su opinión –   el nivel de calidad de la formación médica en el país presentaba un evidente deterioro a lo largo de  los 14 años previos al estudio y que muchos de los profesores entrevistados eran conscientes de ello. Si bien la facultad había logrado generar algunos laboratorios y equipos de investigadores de excelencia, las condiciones de enseñanza en el pregrado eran sumamente precarias y, en general, existían serias limitaciones de recursos que impedirían implementar planes de desarrollo institucional. Además, Baüer critica la presencia significativa de profesores mayores de setenta años ocupando cargos de conducción en la facultad; así como, enfatiza   la necesidad de promover mecanismos que promuevan la incorporación a la facultad de profesores jóvenes y a tiempo completo.

De manera no siempre coincidente con la opinión de Baüer, los líderes de aquella nueva generación docente percibían, cada vez con más preocupación,  las insuficiencias y deficiencias en la organización, el currículo, las facilidades docentes y, los programas de enseñanza  existentes en San Fernando.  En  respuesta a esta preocupación, después del regreso del  profesor  Hurtado del Congreso Mundial de Educación Médica en  Londres,  los catedráticos de San Fernando comenzaron a debatir la necesidad de formular   un nuevo Plan de Estudios de la Escuela de Medicina, sin participación de los alumnos, con la pretensión de corregirlo  y reorientarlo hacia la excelencia científica.

En el primer trimestre del año 1955, el decano Oswaldo Hercelles y el profesor Alberto Hurtado fueron invitados por la Fundación Rockefeller a viajar a Estados Unidos para que visitaran a las principales Escuelas de Medicina de ese país con el objeto de que estudiaran la organización y los programas académicas de las mismas. En la gira de estudio, que duró cinco semanas, ambos docentes procedieron, además, a realizar las gestiones pertinentes para el cumplimiento de las ofertas de apoyo que las fundaciones Rockefeller y Kellog habían realizado, anteriormente, para el desarrollo del equipamiento y la infraestructura de la Facultad de San Fernando.

El 22 de agosto de 1956, la Junta de Profesores de San Fernando – apenas tres meses después de que Hurtado había sido elegido Decano – aprobó la creación de  una Oficina Permanente encargada de estudiar y proponer el nuevo Plan de Enseñanza de la Facultad. 

“Se ha organizado una Oficina con personal permanente… Al mismo tiempo, con la ayuda de la Fundación Rockefeller, se ha enviado profesores al extranjero, con el objeto de estudiar, durante varias semanas, la organización y programas de enseñanza en escuelas médicas reputadas. Los doctores Carlos Monge Cassinelli y Vicente Zapata ya han realizado un detenido estudio de las mejores Facultades de Medicina de Latino América que son, aparentemente, las de Cali,  Colombia y Sao Paulo y Riberao Prato en el Brasil.  En el curso de la próxima semana partirán a Inglaterra, Alemania y Suecia los Profesores, Drs. Hernán Torres y César Merino, con idéntico fin. Personalmente, hemos obtenido datos referentes a las escuelas médicas de  Estados Unidos. Es propósito de la Facultad… elaborar un nuevo currículo” (A. Hurtado, 1957; en R. Guerra García, 2001, p. 92).

En las tres Facultades de Medicina latinoamericanas visitadas, el apoyo de la Fundación a su reforma curricular se había orientado a la aplicación del viejo modelo flexneriano. Y, en opinión de la Comisión, la experiencia  de la Facultad del Valle de Cali, Colombia,  era el mejor ejemplo exitoso de ese  tipo de apoyo. En 1960, la mencionada Oficina Permanente presentó un conjunto de recomendaciones, con esa orientación, para introducir la reforma del currículo médico sanfernandino. Pero antes de que se aplicaran esas recomendaciones en la Facultad, ésta   ingresaría  a su crisis y cisma de 1961.

Los estudiantes sanfernandinos y la “democratización de la educación” 

Al reiniciarse las actividades lectivas en la Facultad de San Fernando, en el año 1934,  se desarrollaron los programas que se habían elaborado antes del receso, manteniéndose un precario equilibrio  entre los recursos  disponibles para la enseñanza y el número de alumnos matriculados. Pero ese equilibrio se rompió en 1939, cuando el número de alumnos ingresantes a la primera matrícula se elevó bruscamente de 58, registrado en los últimos cinco años, a otro de 158. De manera imprevista, el  Gobierno había anulado el examen de admisión  a la Facultad de San Fernando  de los egresados de los estudios pre-médicos; los cuales, a partir de ese año y hasta 1951, ingresaron  directamente a San Fernando. Como efecto acumulativo  de este hecho, la matrícula total en San  Fernando alcanzó a 768 alumnos en 1941, el doble de la registrada hacía apenas cinco años. Además, en el año 1945, esa matrícula total era de 1,156 alumnos, el triple de la registrada en 1934;  mientras que en la primera matrícula  se registraba a  259 ingresantes.

Luego, el nuevo “Estatuto Universitario de 1946”  generó una nueva situación administrativa en la Facultad de Medicina. Por vez primera en la  historia sanfernandina los estudiantes participaron en la proporción de un tercio en el gobierno de la Facultad. Lamentablemente, esta participación estuvo acompañada de una politización extrema de la misma, que aumentó antagonismo entre estudiantes y docentes  hasta niveles insospechados. Lo que impidió todo intento de compatibilizar la “democratización de la enseñanza”, reclamada por los estudiantes, con la “excelencia académica”, defendida por los docentes. El Estatuto fue derogado  en 1948 al ser depuesto el presidente Bustamante y Rivero por la Junta Militar de Odría, anulándose el “tercio estudiantil” en el gobierno de la Facultad. Sin embargo de esta anulación,  persistiría ese antagonismo entre alumnos y maestros. Al respecto de la posición de los maestros en  relación con el “tercio estudiantil”, es aleccionador leer párrafos del  discurso  del decano Alberto Hurtado ante la Comisión de Educación de la Cámara de Diputados en el año 1957:

“La tarea esencial del alumno es la de aprender y no la de gobernar,  para la que no tiene experiencia, madurez ni capacidad. El cogobierno del tercio rebaja el decoro de los maestros; altera la indispensable disciplina y es fuente de continuas dificultades y conflictos, como se ha evidenciado en anteriores ocasiones, cuando se encontraba vigente. Preciso  es indicar (…) la falta de mesura que con frecuencia exhiben algunos de los dirigentes estudiantiles, tanto en sus publicaciones, carentes de la más elemental cortesía y respecto a los maestros y  autoridades universitarias, como los actos de  fuerza y rebeldía que ejercen para imponer, y no discutir, sus peticiones” (A. Hurtado, 1857: en R. Guerra García, 2001, p. 102)

Finalmente,  cabe distinguir  durante este período la existencia de tres modalidades de ingreso a la primera matrícula de  la Facultad de San Fernando. La primera, entre los años 1934 y 1939, a través de un examen de admisión a cargo de  las Facultades de Ciencias de San Marcos, Arequipa y Trujillo. La segunda, entre los años 1939 y 1951, sin ningún examen de selección: “ingreso libre”. La tercera, entre los años 1952 y 1960, examen de selección, con un cupo máximo inicial de 150 vacantes,  organizado por la Facultad de Medicina.  Con esta tercera modalidad, la primera matrícula en la Facultad se reduce, finalmente,  a la tercera parte de la cifra registrada para 1948-1951, estabilizándose alrededor de 226. Además,  la matrícula total promedio anual dejó  de crecer y se redujo discretamente a 2.289 estudiantes. Es la modalidad utilizada durante la gestión de Oswaldo Hercelles y Alberto Hurtado como decanos de la Facultad. 

El regreso a la modalidad del examen de admisión a un cupo fijo de vacantes a la primera matrícula de medicina sería uno de los temas de confrontación de las autoridades de la única Facultad de Medicina del país con los alumnos que habiendo aprobado sus estudios pre-médicos no alcanzaban vacantes. Confrontación que alcanzaría su más alto nivel en el año 1956, cuando se suspendieron  los estudios pre-médicos por un año. El número total de los estudiantes que ingresaban a la facultad de Ciencias de San Marcos disminuyeron de 317 en 1955 a 205 en 1960.

Posición  de San Fernando frente a la insuficiencia de médicos en el país

La defensa irreductible de una política de respeto permanente a la adecuada relación alumnos/docente, como garantía de la calidad de la enseñanza que hacía el plantel docente de la Facultad de Medicina de San Fernando no significaba una total insensibilidad frente a la creciente necesidad nacional de un mayor número de médicos para atender la creciente demanda  insatisfecha  de servicios de salud. En realidad, existía una preocupación del cuerpo docente  sobre la insatisfacción de esa necesidad, aunque  la consideraba como un problema político, social y sanitario fuera del ámbito de acción de una sola Facultad. Y que, por tal razón, su satisfacción comprometía el apoyo estatal y privado para el incremento suficiente de la capacidad instalada de educación médica, es decir la creación de nuevas Escuelas de Medicina “honestas y eficientes”. En 1953 y en concordancia con esa preocupación, el cuerpo  docente  expresó públicamente, por primera vez, una opinión unánimemente favorable  a la creación de nuevas Facultades de Medicina en el país, como parte de la solución permanente a dicha insuficiencia. 

“Pero es legítimo prever que en un futuro próximo, no habrá correspondencia entre el número de pretendientes idóneos y la capacidad de la institución, forzosamente limitada por la esencia de la buena pedagogía, que requiere contacto personal entre el maestro y un número reducido de alumnos. En consecuencia, pronto la Facultad no podrá satisfacer la necesidad de preparar a todos los jóvenes hábiles para la carrera  (…) la solución durable… solo podrá lograrse mediante el nacimiento de nuevas escuelas médicas  en otras universidades de Perú. La Facultad de Medicina prestará gustosa su colaboración y su ayuda técnica en obra semejante” (Facultad de Medicina, 1953, pp. 584-585).

Homenaje a Hurtado como gestor de la excelencia científica

Alberto Hurtado Abadía (1901-1983), fue el líder paradigmático de los  profesores que se congregaron  en la Facultad de Medicina de San Fernando  después del receso universitario de 1932. Graduado como doctor en medicina  en la Universidad de Harvard  y en la UNMSM, fue el investigador y educador  universitario peruano más importante y trascendente del siglo XX, así como el brillante gestor  político y académico en búsqueda  incondicionada de la excelencia científica médica. La medicina peruana le debe al doctor Hurtado entre muchos de sus aportes  –  como profesor de la Facultad de San Fernando –, el haber contribuido al desarrollo de la investigación de la fisiología a grandes altitudes, introducir el método estadístico en la investigación médica en el Perú, participar en la fundación del Instituto de Biología Andina; reorganizar y modernizar la Facultad de Medicina de San Fernando. Decano de la Facultad de Medicina UNMSM, (1956-1961).Premio Nacional de Cultura, Área de Ciencias Médicas (1957).

Fundador en el año 1961 de la Universidad Peruana Cayetano Heredia (UPCH). Miembro de la Academia Pontificia de Ciencias (1961). Primer Decano de la Facultad de Medicina UPCH, (1961-1967).  Rector UPCH (1967-1970). Profesor Emérito de UPCH (1971). En 1993, diez años después  de su muerte, el Consejo Universitario de la UPCH creó  la Cátedra  Alberto Hurtado de la UPCH, para mantener su memoria y trascendencia institucional.

Laureado y  distinguido por  entidades académicas  peruanas y extranjeras, en justo premio a sus grandes méritos y virtudes, recibió  importantes distinciones académicas.    Destacando las que a continuación se exponen. Premio otorgado por American Industrial Hygiene Association, 1966.  Premio Bernardo Houssay, conferido por la OEA,  Washington,  1972. Condecoración Grado de Gran Amauta, Ministerio de Educación, Lima, 1981.Medalla del Congreso del Perú, 1981. Posteriormente, el 2 de diciembre del 2002, la OPS/OMS y el Ministerio de Salud del Perú le rindieron homenaje póstumo  proclamándolo  como uno de los seis «Héroes de la Salud Pública en el Perú».